
Por: @Miguelmesaposada
Los fantasmas de El Dorado siguen acechando a los artesanos colombianos.
Al hablar de la artesanía algunos concluyen que ahora no queda sino el bronce de lo que antes fuera oro; que las piezas tumbagas se deshicieron de tanto sacarles brillo. Por otro lado, hay un discurso en el aire que pregona un boom artesanal, una “vuelta al origen”, un “resurgimiento”.
Con ese boom, llega un deseo por certificar la autenticidad de ciertas prácticas artesanales a partir de procesos de patrimonialización. Este proceso busca una visibilidad extrema que va en contra de las estructuras de secreto que fundamentan algunas prácticas culturales. Por ejemplo, Noé Siake nunca quiso compartir los secretos de la lengua Ocaína o Ivo’tsa al Instituto Caro y Cuervo. Si bien una lengua hace un mundo, en Colombia hay muchos en peligro de extinción; de los que si no se extinguen como el Ocaína, también podrían extinguirse muy bien documentados. Disfrutamos almacenando pero no preguntando; comprando pero no entendiendo.
David Berliner abría su intervención este año en el College de France, invitado por Philippe Descola hablando de la Exo-Nostalgia. Un sentimiento compartido desde los inicios de la antropología en el que se busca conservar, patrimonializar, documentar y preservar una técnica, un objeto, un conocimiento. Y en cuyos procesos de documentación se leen expresiones como “es demasiado tarde” o “hace cincuenta años todo era diferente”: estos lamentos se fundamentan en un sentimiento producido por quienes en sus países de origen hablan de progreso, cambio e innovación; pero lamentan que lejos de casa se cambien los usos y costumbres.
Cuando algo se vuelve patrimonio queda, de alguna manera, congelado en el tiempo. Los materiales para hacer reparaciones están estipulados por un comité de expertos y en el caso de edificios, sus estructuras quedan intocables incluso para quienes los habitan en su vida cotidiana. Piense que si usted fuera un patrimonio, no podría cambiar de ropa, de forma de pensar ni de rutina sin que un tercero lo permitiera. Algunos amigos mixtecos me decían que se imaginaban cómo sería la grandeza de lo que hoy eran ruinas si pudieran modificarlas; alegaban que con la tecnología de hoy se podrían hacer grandes monumentos en base a lo que hoy eran solo vestigios. El resultado sería algo similar a lo que pasaba en los palacetes europeos: la estructura podía ser medieval, cierto salón era estilo Luis XV y otra ala podía ser Segundo Imperio. Esto resulta impensable de simetrizar hoy en día, pero podría ayudar a ilustrar hasta cierto punto los deseos de mis amigos mixtecos.
En las artesanías los procesos son más complejos porque se trata de objetos menos monumentales y fácilmente reproducibles que los edificios mesoamericanos en piedra. Lo que un artesano talabartero elaboraba hace un siglo es completamente diferente a lo que hace su sucesor hoy; sin duda habrá información que se herede y maneras de hacer que se modifiquen. Pero no se puede olvidar que estudios demuestran que incluso en familias donde todos los hijos han aprendido de su madre, cada uno tiene pasos y secuencias diferentes de hacer la misma vasija de barro: el resultado puede ser el mismo, pero la técnica siempre variará. El conocimiento artesanal no se transmite como las ciencias duras, y no tendría éxito al desplazarlo a un campo académico. Pare- ce que olvidamos el factor de la motivación y de cambio deseado, en donde el mecanismo de un taller no se puede comparar a un salón de clase, o al de recibir calificaciones o títulos. Al igual que no son compatibles las metodologías institucionales en el aprendizaje tampoco son compatibles los discursos que buscan institucionalizar qué es o no lo tradicional, qué o no se debe hacer. Porque a la tradición como a las “vedettes”, es el publico el que las nombra.


Actualmente muchas iniciativas buscan con la mejor intención, intervenir en procesos productivos artesanales. Desde mi experiencia, puedo constatar que algunos artesanos no consideran que el progreso para ellos está en aumentar el número de hectáreas de su empresa o de empleados en su nómina. ¿Cuánto tiempo se ha dedicado a intentar comprender las relaciones de un artesano con los objetos que produce ? No creo que una entrevista baste, ni considero que una semana sea suficiente. La inmediatez de moda no puede salvar a nadie. Nos gusta la moda por su atractivo instintivo y porque despierta cierto placer indulgente. En muchos casos la artesanía tiene en su “certificado de origen” lo que los diseñadores tratan de conseguir a partir de la “poesía” con la que describen sus colecciones. Podría verse esta relación también como un acto de aparente benevolencia, algo que puede ser el detonante de venta: si un discurso de diseño es corto y poco atractivo, el certificado de origen puede aumentar el deseo de compra. Esto no quiere decir que diseño y artesanía sean incompatibles.
Quiero decir que el buen diseño no tiene por qué abusar de un discurso fatalista de la pérdida de tradiciones, porque decir que tradiciones se han perdido es verdad hasta un punto. Si bien, lo que sucedió en la conquista y colonia solo puede describirse como una pérdida, propongo que hoy en día seamos más atentos al pesimismo frente a la artesanía. Propongo retomar los sabios y simples complejos que diera Dr Atl en el México de 1923 que pedían al gobierno hacerles el trabajo más fácil a los artesanos en términos de apoyo logístico para la efectiva consecución de buenos materiales y para proveer ocasiones de venta de sus productos. Abusar hoy de la pala- bra “pérdida” no ayuda a nadie. La Exo-Nostalgia movilizada en los discursos lastimosos parece gustarnos sólo a nosotros y quizá detone la venta por simpatía cierto periodo de tiempo. Pero: ¿Qué pasará cuando la moda “supere” ese discurso?
Si algo en nuestra sociedad está condenado a perderse, es aquello que está hoy de moda.